12 enero, 2012

Joyce. Mi Joyce

  
James Joyce
Por Leo Castillo

Una mujer es tantas mujeres según cuantos hombres haya tenido: no será jamás la misma para dos hombres. Así hay un Joyce para mí, uno para Borges; otro para José María Valverde, otro para Gilbert... ¿No se dice acaso que el Corán tiene siete, setenta o setecientos sentidos, según la penetración de quien lo lee; y no estima acaso Proust, a propósito de la imagen que de Swann se forma la tía -En busca del tiempo perdido, I- que "ni siquiera desde el punto de vista de las cosas más insignificantes de la vida somos los hombres un todo materialmente constituido, idéntico para todos, y del que cualquiera puede enterarse como de un pliego de condiciones o de un testamento", y también que "nuestra personalidad social es una creación del pensamiento de los demás. Y hasta ese acto tan sencillo que llamamos 'ver a una persona conocida' es, en parte, un acto intelectual'"? De modo pues, que al margen de la polémica acerca de mi autor, queda claro que no pretendo imponer a nadie mi Joyce, tanto cuanto sería vano empeño intentar ser yo mismo para mi esposa y para Leticia, mi madre. El valor de su obra, el linaje de su espíritu y sus cochinos hábitos sexuales pueden sumarse en un todo (que no lo agotan), llamado James Joyce; también puede cada quién reservarse para sí una de estas tres facetas y prescindir de aquellas con la que se avenga mal; denigrar de una, vindicar la otra. Para mí, Joyce es un agregado de brillantez, oficio y honesta sordidez manifiestos. Sindicado y rechazado como pornógrafo (las porquerías epistolares que cruza con su mujer sólo entrañan el pecado de haberse hecho públicas; todos las habremos pensado y acaso dicho en la intimidad a nuestras mujeres y aun a las ajenas), igual se ha dicho de él que "verbalmente es quizá el primero de nuestro tiempo. En Ulises hay sentencias, hay párrafos que no son inferiores a los más ilustres de Shakespeare o de Sir Thomas Browne (...) La delicada música de su prosa es incomparable."(1) Mantiene Borges que sus primeros libros no son importantes pero, se apresura a esclarecer, "mejor dicho, únicamente lo son como anticipaciones de Ulises."(2)
 Su Portrait of the artist as a young man en el Clongowes Wood College de jesuitas representa casi una sombra, una vida interior por excelencia. Retraído según algunos; frágil, de manos finas, cegatón, a los nueve años escribió un  poema sobre Charles Stewart Parnell, adalid de la autonomía irlandesa, el cual, impreso por su padre, fue enviado a la biblioteca de El Vaticano. Como se le exigiera (en 1900, contando a la sazón 18 años) morigerar expresiones en un ensayo premiado, declaró que de ninguna manera haría la lectura pública del mismo sino tal cual lo había presentado, así que la sociedad que convocaba debió ceder. Recuerdo haber leído que una secretaria, contratada para la transcripción de Ulises, ante la lectura de pasajes sicalípticos, le arrojó contra el pecho el atado de los originales, y se negó a transcribir la escandalosa obra. 
Con Dublineses, en 1909, Joyce encontró una tenaz renuencia del editor debido al homosexualismo de un personaje de este volumen de cuentos. En cuanto a la infidelidad en otros apartes de su obra, su mujer Nora Barnacle, acongojada, dijo a un amigo: "Jim (James Joyce) quiere que vaya con otros hombres para poder escribir al respecto." Ellman ha dicho que el escritor "se sorprendía siempre al comprobar la indiferencia, e incluso aversión, de Nora por sus libros." Por otro lado, corrió hasta oídos de Joyce una conseja según la cual Nora le había montado los cuernos y que Giorgio no era hijo suyo.
Se trata de una vida al límite más que consagrada, inmolada al arte: "Si me permitiera alguna limitación en este asunto, para mí sería la muerte espiritual." Juró (consagró ocho años a ese juramento) dejar para siempre un libro  (Ulises)"con las tres armas que me quedan: el silencio, el destierro y la sutileza."
"en aquel destierro que fue
tu aborrecido y elegido instrumento,
el arma de tu arte."(4)
Joyce fue alcohólico y bebedor del ajenjo de los poetas malditos decimonónicos. Su hermano Stanislaus expresó alguna vez su perplejidad ante la iluminación de un hombre nacido en una casa en una generación de consumidos por el alcohol. Encuentra misteriosa esta destilación alquímica de una vida disoluta y pervertida en el arte. Es fama que ante su madre en su lecho de muerte Joyce, contra los ruegos de su abuelo materno, se negó a rezar y arrodillarse. 
James Joyce conoció a Yeats, uno de sus mejores amigos en 1902. Fue a París invitado por Ezra Pound a pasar una semana y definir traducciones al francés de dos de sus libros; se quedó 20. Su hija Lucía (la misma que se enamoró de Beckett, otro de sus amigos, quien hizo destruir cartas y algún telegrama dirigido a ella), padeció una perpetua esquizofrenia, y fue tratada por Carl Gustav Jung durante el período más crítico de su demencia. Joyce sostenía que su hija heredó su genio, y que era una clarividente. La copiosa correspondencia entre padre e hija fue incinerada por el actual heredero de Joyce. Parece que no se quiso con Proust quien, preguntado acerca de la obra de Joyce dijo desconocerla plenamente, a lo que Joyce le contestó que él tampoco lo había leído a él: "Proust, bodegón analítico. El lector termina la frase antes que él." Joyce, en fin, mantuvo comercio con los escritores de su tiempo: Virgina Woolf, Katherine Mansfield, Valéry Larbaud, Hemigway y artistas como Picasso y Stravinsky. Demostró una gélida indiferencia ante la guerra, y no terció en favor ni en contra de Hitler ni Mussolini. Respecto a la persecución contra los judíos decía que era un antiguo prejuicio pero que a él personalmente no le desagradaban.
Parece que no carecía de talento para la música, y se ayudó a sobrevir en su juventud mediante el canto: ganó un  premio en  Feis Ceoli, festival de música irlandés:


“Después de leer a Ulises no cabe duda de que su olfato es poco agudo; tiene, en cambio, un oído de poeta y de músico. Yo sé que cuando Joyce escribe una página cree que está trazando una paralela a la página musical que más prefiere. Este sentimiento –que ignoro si acompaña a la inspiración, solo sé que la sigue– muestra su deseo. En cuestión de música es extrañamente ecléctico. Entiende a los clásicos alemanes, la música italiana antigua, la música popular, y también nuestros compositores de ópera, desde Spontini hacia atrás, y los franceses hasta Debussy. Posee una espléndida voz de tenor y aquel que lo aprecia siempre espera verlo caminar triunfalmente sobre un escenario lírico caracterizando un Fausto o a Manrico (personaje de El trovador de Verdi). Todavía hoy la señora Joyce lamenta que su marido haya preferido el arte que lo convirtió en uno de los hombres más conocidos pero también más odiados del mundo anglosajón, al cual de mala gana pertenece… Su eclecticismo musical lo hace abrir generosamente los brazos al futuro…”(5)

Se discute hoy el catolicismo de Joyce. Valverde, célebre traductor de Ulises al Castellano ha incurrido en esta necedad: "No sería arbitrario decir que la obra joyceana es la gran contribución (...) de la Compañía de Jesús a la literatura universal." Los ataques de Joyce al catolicismo harían chorrear la baba a Fernando Vallejo, un escritor menor colombiano emperrado en destruir al Vaticano con inanes pataletas. "Si existe un espíritu Santo en Ulises es Shakespeare", escribe Harold Bloom. Y Joyce a Nora: "Hice en secreto la guerra contra ella (la Iglesia) cuando era estudiante y me negué a aceptar las posiciones que me ofrecía. Ahora le hago la guerra a las claras con lo que escribo, digo y hago."
El 5 de febrero de 1937 Borges manifieta: "ahora vive en un departamento en París, con su mujer y sus dos hijos. Siempre va con los tres a la ópera, es muy alegre y muy conversador. Está ciego."
James Augustine Aloysius Joyce murió en Zurich el 13 de enero de 1941. El gobierno irlandés no admitió que sus restos reposaran en su patria.
                                                 
***
En esta entrega ofrezco una selección de fragmentos que pretenden dar una imagen de mi Joyce en Retrato del artista adolescente, traducción de don Dámaso Alonso;(9) otro Joyce de otro lector se hallará en la seleción que ese otro elige. He tenido en cuenta (¡qué pena, qué delito intelectual!), el artículo sobre mi autor en Wikipedia.

Mi Joyce de Retrato del artista adolescente         (fragmentos)

-Su destino era eludir todo orden, lo mismo el social que el religioso.
                                        ~       
-Lo que él necesitaba era encontrar en el mundo real la imagen irreal que su alma contemplaba constantemente. No sabía dónde encontrala ni cómo, pero una voz interior le decía que aquella imagen le había de salir al encuentro sin ningún acto positivo por parte suya. 
                                        ~ 
-(...) al oír de vez en cuando la respiración  profunda y los súbitos movimientos que su padre hacía al dormir, el terror del sueño fascinaba su espíritu. 
                                        ~  

-No había cosa del mundo real que le dijera nada, que le conmoviera, a no ser que despertara un eco de aquellos alaridos furiosos que él sentía brotar de su interior.
                                         ~-
-Su alma parecía más vieja que la de ellos (...) No había conocido ni el placer de la camaradería, ni la ruda salud viril, ni la piedad filial. Nada se agitaba en su alma, excepción hecha de una sensualidad fría, cruel y sin amor.
-(...) el abismo de vergüenza y de rencor que le separaba de su madre y de sus hermanos (...) Apenas sí sentía la comunidad de sangre con ellos, apenas sí se imaginaba ligado a ellos más que por una especie de misterioso parentesco adoptivo: hijo adoptivo, hermano adoptivo.
-(...) que su vida se hubiera convertido en un tejido de subterfugios y falsedades. Nada había de sagrado para el salvaje deseo de realizar las enormidades que le preocupaban. Soportaba cínicamente los pormenores de sus orgías secretas en las cuales se complacía en profanar pacientemente cualquier imagen que hubiera atraído sus ojos (...) Tal figura que durante el día había parecido inexpresiva e inocente, se le acercaba luego por la noche entre las espirales sombrías del sueño con una malicia lasciva.
-...las devoradoras llamas de la lujuria brotaban de nuevo. Los versos se borraban de sus labios y los gritos inarticulados y las palabras bestiales, nunca pronunciadas, brotaban ahora de su cerebro tratando de buscar salida. Su sangre estaba alborotada. Erraba arriba y abajo por calles obscuras y fangosas, escudriñando en las sombras de las callejuelas y de las puertas, escuchando ávidamente cualquier sonido. Gemía como una bestia fracasada en su rapiña. Necesitaba pecar con otro ser de su misma naturaleza.
                                        ~
-Las letras del nombre de Dublín las tenía grabadas en su cerebro,  y allí se entrechocaban furiosamente de un lado a otro con una insistencia ruda y monótona.
                                         ~ 
-No ha habido ni un hombre honrado y sincero que os haya sacrificado su vida, su juventud y sus afecciones, desde  los días de Tone a los de Parnell, sin que le hayáis vendido al enemigo o abandonado en la necesidad o traicionado y dejado por otro. Y ahora me invitas a que sea uno de los vuestros. Antes que eso, que os lleve el diablo a todos vosotros.
                                          ~ 
-Y sintió como una punzada de desánimo al descubrir que aquel hombre con el que estaba hablando, era un compatriota de Ben Johnson. Pensaba:
"El lenguaje en que estamos hablando ha sido suyo antes que mío. ¡Qué diferentes resultan las palabras hogar, Cristo, cerveza, maestro en mis labios y en los suyos! Yo no puedo pronunciar o escribir esas palabras sin sentir una sensación de desasosiego. Su idioma, tan familiar y tan extraño, será siempre para mí un lenguaje adquirido. Yo no he creado esas palabras, ni las he puesto en uso. Mi voz se revuelve para defenderse de ellas. Mi alma se angustia  entre las tinieblas del idioma de este hombre."
                                         ~   
-Me estás hablando de nacionalidad, de lengua, de religión. Estas son las redes de las que yo he de procurar escaparme.
-(..) Irlanda es la cerda vieja que devora su propia lechigada.    
-Él -él mismo-, aquel cuerpo al cual se había entregado en vida, era quien moría. ¡Que lo arrojen fuera de la vista de los hombres en un hoyo largo, a pudrirse, a servir de pasto a una masa bullidora de gusanos, a ser devorado por las ratas de remos ágiles y fofo bandullo!
-El infierno es una angosta, obscura y mefítica mazmorra, mansión de los demonios y las almas condenadas (...) los condenados, los prisioneros están hacinados unos contra otros en su horrendo calabozo las paredes del cual se dice tienen cuatro mil millas de espesor. Y los condenados están de tal modo imposibilitados y sujetos, que un Santo Padre, San Anselmo, escribe en El libro de las semejanzas que no son capaces ni aun de quitarse del ojo el gusano que se lo está royendo.
-De todas las plagas que azotaron la tierra de los faraones, hubo una tan sólo, la de la obscuridad, a la cual se le diera el dictado de horrible.
-(...) lo horrible que los demonios son. Santa Catalina de Siena vio una vez uno, y ha dejado escrito que mejor que volver a ver, aunque fuera por un solo instante un mosntruo tan espantoso, preferiría estar marchando toda su vida sobre un rastro de carbones encendidos.
-La última tortura, la que sirve de remate a todas las otras del infierno, es su eternidad. ¡Eternidad!¡Oh, tremenda y espantosa palabr! Sufrir aunque fuera sólo la picadura de un insecto por toda la eternidad, sería un tormento espantoso.
-Un bienaventurado santo (y me parece que era uno de nuestros padres)(1),  fue favorecido una vez con una visión del infierno. Le pareció encontrarse en un grande y obscuro vestíbulo, sumido en un profundo silencio, turbado sólo por el tic-tac de un reloj. El tic-tac seguía incesantemente. Y le pareció al santo aquel que el sonido del tic-tac era la incesante repetición de las palabras siempre, jamás, siempre, jamás. Siempre estar en el infierno; jamás estar en el cielo. Siempre ser comido por las llamas, roído por la gusanera, pinchado con púas (...) Siempre tener la conciencia atormentada, la memoria exasperada (...) Siempre maldecir y denostar a los horribles demonios que se gozan en contemplar la miseria de las víctimas de sus engaños. Una etrenidad de inacabable agonía, de inacabable tormento espiritual y corporal, sin un rayo de esperanza, sin un mometo de descanso. Una eternidad ilimitada en intensidad (...) una etrenidad, cada instante de la cual es ya de por sí una eternidad de dolor. Tal es el tormento decretado para aquellos que mueren en pecado mortal.
-La sangre le comenzó a murmurar en las venas como una ciudad pecadora.
-Cada día de los siete de la semana rezaba para que uno de los siete dones del Espíritu Santo descendiera sobre su alma (...) aunque le resultaba extraño algunas veces que tres dones como sabiduría, entendimiento y ciencia fuesen tan distintos que necesitaran cada uno por su lado un día diferente.
-(...) la divina obscuridad y silencio donde mora el invisible Paráclito cuyos símbolos son una paloma y un viento poderoso; Él es, en fin, aquel eterno, secreto y misterioso ser.
-(...) los nombres de las pasiones del amor y del odio (...) y se preguntaba por qué su alma era incapaz de albergar ni el uno ni el otro, ni aun siquiera de forzar los labios a pronunciar sus nombres con convicción. A menudo había sentido un breve acceso de cólera, pero unca había sido capaz de conservar su sentimiento largo rato.
-(pecado) Le humillaba y le avergonzaba el pensar que no se vería libre eternamente de él jamás, por muy santamente que viviese, por muchas virtudes y perfecciones que llegase a alcanzar. Siempre existiría en su alma un inquieto sentimiento de culpa; se arrepentiría, se confesaría, sería absuelto, se volvería a arrepentir, a confesar, le volverían a absolver; todo inútil.
-Solo. Libre, feliz al lado del corazón salvaje de la vida.
-El no caer era demasiado duro.
-(...) una máscara triste estaba revelando el día ido.
-(...) le sobrevenía una sensación de olor a humedad triste de cueva, a vejez.
       ~    
-El fin del artista es la creación de lo bello.
-Aquino -contestó Stephen- dice Pulcra sunt quae visa placent.
-La belleza que el artista expresa (...) Despierta o debería despertar, induce, o debería inducir una stasis estética.
-El deseo y la repulsión excitados por medios no puramente estéticos no son emociones estéticas, no sólo por su carácter cinético, sino también por su naturaleza simplemente física.
-La emoción estética es por consiguiente estática. El espíritu queda paralizado por encima de todo deseo, de toda repulsión.
-Me parece que Platón dijo que la belleza es el resplandor de la verdad.
                                        ~ 
-¿Algo mío? (...) Tropiezo con una idea una vez cada quince días y eso si estoy de buenas.
-Esas cuestiones son muy profundas, míster Dédalus (...) Algunos penetran en lo profundo para no volver a salir. Sólo buzos bien adiestrados pueden sumergirse en esas profundidades, explorarlas y volver a salir a la superficie de nuevo.
                                        ~
-Epicteto tenía también una lámpara (...) que fue vendida por un precio exorbitante después de su muerte. Era la lámpara a cuya luz había escrito sus disertaciones filosóficas. ¿Conoce usted a Epicteto?
-Un señor antiguo -contestó rudamente Stephen- que dijo que el alma era muy parecida a un cubo de agua.(8) 
                                          ~

- (...) distinguir entre la belleza material y la belleza moral.                                         ~
-La burda broma de su compañero atravesó como una ráfaga el claustro del espíritu de Stephen, agitando los fláccidos vestidos sacerdotales que colgaban de sus paredes, dándoles vida, obligándolos a ondear y a hacer cabriolas como un sábado salido de quicio.
                                         ~
-Aquino dice: Ad pulchritudinem tria requiruntur integritas, consonantia, claritas.
-Una silla primorosamente trabajada, ¿es trágica o cómica? ¿Es bueno el retrato de Mona Lisa si siento deseo de verlo?
-(...) literatura, que es la más elevada y espiritual de las artes.
-La personalidad del artista (...) llega por fin como a evaporarse fuera de la existencia, a impersonalizarse, por decirlo así.
-... aquella antigua balada inglesa, Turpin Hero, que comienza en primera y acaba en tercera persona.
-La forma narrativa ya no es puramente personal. La personalidad del artista se diluye en la narración misma.
-El artista, como el Dios de la creación, permanece dentro, o detrás, o más allá, o por encima de su obra, trasfundido, evaporado de la existencia... indiferente... entretenido en arreglarse las uñas.
- Sacerdote de la eterna imaginación, capaz de transmutar el pan cotidiano de la experiencia en materia radiante de vida imeperecedera.
-(...) pensamientos borrosos de Swedenborg acerca de la semejanza de los pájaros y de las cosas de la inteligencia (...) porque, a diferencia del hombre, permanecen dentro del orden de su vida sin haberlo pervertido por la razón.
-Thoth, el dios de los escritores, que escribe con su caña sobre una tablilla y lleva sobre su fino cráneo de ibis los cuernos de la luna nueva.
-Sus ojos eran melancólicos como los de un mono.
-(...) se soltó un pedito breve.
-La reproducción es el principio de la muerte.
-Y recordó una frase curiosa de Cornelio a Lápide, según la cual los piojos procedían del sudor del hombre y no habían sido criados por Dios en el día sexto al mismo tiempo que los otros animales.
-He tratado de amar a Dios. Y parece que por lo  visto he fracasado.
-Stephen se puso a enumerar pródigamente las diferentes ocupaciones de su padre:
-Estudiante de medicina, remero, tenor, actor aficionado, político de estruendo, pequeño terrateniente, pequeño rentista, bebedor, buena persona, especialista en chistes y anécdotas, secretario de no sé quién, no sé qué cosa en una destilería, colector de impuestos, quebrado, y al presente ensalzador de todo su propio pasado.
-¡Que no haya Dios para Irlanda!¡Es ya mucho Dios el que hemos tenido en Irlanda!¡Afuera con él! 
-Pascal (...) no podía tolerar que su madre le besara de miedo al contacto del sexo de ella.
-Pascal era un cerdo -dijo Cranly.
-Creo que San Luis Gonzaga era de la misma opinión.
-Pues era otro cerdo -afirmó Cranly.
- La Iglesia le llama Santo.
-Me importa un piñonero comino de lo que le llamen -dijo lisa y llanamente Cranly-. Para mí es un cerdo.
Stephen, preparando cuidadosamente cada palabra antes de ser proferida, dijo:
-También parece que Jesús trató a su madre en público con escasa cortesía (...)
-¿No se te ha ocurrido pensar que Jesús no era lo que pretendía ser? -preguntó Cranly (...)
-Quiero decir -dijo con tono más decidido Cranly-, si se te ha ocurrido alguna vez pensar que fuese conscientemente hipócrita, que fuese lo que los judíos de aquel tiempo llamaban un sepulcro blanqueado. O, más claramente aún: que fuese un sinvergüenza.
                                         ~
-Y que los muertos se casen con los muertos.
                                         ***
Golden hair, de James Joyce, interpretado por Syd Barret, gui
tarrista y cantante de Pink Floyd, demente:
     
http://www.google.com.co/url?sa=t&rct=j&q=syd%20barret%20gplden%20hair&source=web&cd=4&ved=0CEAQtwIwAw&url=http%3A%2F%2Fwww.youtube.com%2Fwatch%3Fv%3De9NQg9Lhygo&ei=T3wQT7n3FYnZtwfLwoiBBA&usg=AFQjCNHV7g6DUvxz8IjrdB0SjDjNRC0XVA&sig2=gk6tHYlwzaCGajrtMGccOg&cad=rja

NOTAS:

(1) Borges; Obras Completas, vol IV, pág. 305, Emecé, Buenos Aires, 2007.
(2) Ib; p. 535.
(3) Ib.
(4) Borges, Invocación a Joyce.
(5) Ítalo Svevo, citado por Mariluz Martínez, revista El malpensante, 125.
(6) Borges, O.C.
(7) Padres de la de la Compañía de Jesús: "Grandes hombres de la Orden que le estaban mirando silenciosamente al pasar: San Ignacio de Loyola, con un libro abierto y señalando hacia el lema escrito en él: 'Ad majorem Dei Gloriam'; San Francisco Javier, señalándose el pecho; Lorenzo Ricci, con un bonete en la cabeza como los prefectos de las divisiones; los tres patronos de la santa juventud: San Estanislao de Kostka, San Luis Gozaga y el beato Juan Berchmans." (Retrato del artista adolescente, La Oveja Negra, Bogotá, sine die): Nota de Leo Castillo.
(8) "El alma es un estanque lleno de agua: sus opiniones son la luz que ilumina este estanque. Cuando el agua está agitada diríase que la luz lo está también, y, sin embargo, no es así. Lo mismo sucede con el hombre: cuando está agitado, no por ello las virtudes se trastornan y confunden, sino tan sólo su espíritu. Basta que se calme para que todo vuelva a su reposo normal." (In Epicteto, Séneca, Marco Aurelio, pág. 41, www.editorial-na.com): N. de L. C.
(9) Retrato del artista adolscente, traducción de Dámaso Alonso; Oveja Negra y RBA, Bogotá, 1982.